Me gusta pedalear atemporal con el polvo y el viento entre las nubes y los llanos, y contemplar desde arriba y desde abajo aupada a los cráteres frondosos de la existencia, cada misterio por resolver, el enigma mismo de la vida en su observancia indiscreta. ¿Habrá mayor placer?
Amo las historias. Y punto. Las contadas e incontables, las humanas relaciones, humanas, que nos vinculan desde la cuna hasta fenecer.
Y, sobre todo, el atrevimiento de vivir para hacer de las palabras una rima imperfecta, pero indisoluble, que nos despierte el tributo a un nuevo amanecer. Lo que no se cuenta todavía, y un día, alguien, en alguna parte, escribe bajo la piel.
Faine Domínguez
Nací un día que principiaba el mes de marzo, toda yo del color rojo del fuego, los ojos perennemente abiertos, y la sonrisa vibrante del atardecer.
En mis pasos se vislumbraba la inquietud desbordante de una niña iniciáticamente precoz. Amante del arte, la cultura, y la belleza en derredor, por mis poros exudaba la necesidad del aprendizaje continuo, el condimento de puro amor.
Recuerdo mi infancia como un tesoro de valía incalculable, en un cofre donde con la llave de la imaginación podía alcanzar lo inconmensurable, ¡bendita expresión!, y sin andar todavía hablaba de corazón a corazón.
Y perseguía las letras con mi mirada, lectura tras lectura me fui forjando en mi interior.
Ya incipiente fueron mis versos; sobre el papel construí mi propio universo, y me regalé los libros que crearon después a la poeta que soy.